Tratamiento de las enfermedades mentales
Se han logrado extraordinarios avances en el tratamiento de las enfermedades mentales. La comprensión de las causas de algunos trastornos psiquiátricos ha ayudado en el diseño de tratamientos más adecuados. Como resultado, hoy en día es posible tratar muchos trastornos psiquiátricos casi con tanto éxito como el alcanzado en el tratamiento de los trastornos físicos.
La mayoría de los métodos de tratamiento de las enfermedades psiquiátricas pueden clasificarse en métodos somáticos o métodos psicoterapéuticos. Los tratamientos somáticos incluyen fármacos, terapia electroconvulsiva y otros tratamientos que estimulan el cerebro (como la estimulación magnética transcraneal y la estimulación del nervio vago). Los tratamientos psicoterapéuticos incluyen la psicoterapia (individual, grupal, o familiar y conyugal), técnicas de terapia conductual (por ejemplo, las técnicas de relajación o la terapia de exposición), y la hipnoterapia. En el caso de los principales trastornos de la salud mental, la mayoría de los estudios sugieren que un enfoque terapéutico que contemple la utilización conjunta de fármacos y psicoterapia resultará más eficaz que cualquiera de los métodos de tratamiento empleados por separado.
Los psiquiatras no son los únicos profesionales de la salud capacitados para tratar la enfermedad mental. Otros profesionales implicados son los psicólogos clínicos, el personal de enfermería especializado, los trabajadores sociales y algunos consejeros pastorales. Sin embargo, los psiquiatras (y en algunos países los profesionales de enfermería psiquiátrica) son los únicos autorizados para la prescripción de fármacos. Otros profesionales de la salud mental practican fundamentalmente psicoterapia. Muchos médicos de atención primaria y de otras especialidades también prescriben fármacos para el tratamiento de trastornos mentales.
Tratamiento farmacológico
Existe gran número de fármacos psicoactivos de elevada eficacia y uso extendido entre los psiquiatras y otros médicos. La clasificación de estos fármacos suele hacerse en función del trastorno para el que habitualmente se prescriben. Por ejemplo, los antidepresivos se emplean para tratar la depresión.
El tipo de antidepresivos más ampliamente utilizado son los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina, como fluoxetina, sertralina, paroxetina y citalopram (ver Tratamiento farmacológico). Otros tipos de antidepresivos incluyen los inhibidores de la recaptación de serotonina y noradrenalina, como venlafaxina, duloxetina o desvenlafaxina, y los inhibidores de la recaptación de dopamina-noradrenalina, como bupropión. Los antidepresivos tricíclicos como amitriptilina y nortriptilina rara vez se usan, a menos que la persona afectada también tenga un trastorno que cause dolor y que interfiera con las actividades y el trabajo. Los inhibidores de la monoaminooxidasa pueden ser eficaces pero rara vez se usan, salvo cuando otros antidepresivos no han dado resultado.
Los antiguos fármacos antipsicóticos, por ejemplo clorpromazina, haloperidol y tiotixeno, son útiles en el tratamiento de trastornos psicóticos como la esquizofrenia (ver Fármacos antipsicóticos). Los nuevos fármacos antipsicóticos (generalmente denominados atípicos o de segunda generación), como risperidona, olanzapina, quetiapina, ziprasidona y aripiprazol, se emplean con frecuencia como tratamiento inicial. En aquellas personas que no responden a otros antipsicóticos se utiliza cada vez más la clozapina.
Los ISRS y los fármacos ansiolíticos como clonazepam, lorazepam y diazepam, así como los antidepresivos, se usan para tratar los trastornos de ansiedad, como el trastorno de pánico y las fobias. Los estabilizadores del humor, como litio, carbamazepina, valproato, lamotrigina y topiramato se utilizan en el tratamiento del trastorno bipolar.
Terapia electroconvulsiva
En la terapia electroconvulsiva, se aplican una serie de descargas eléctricas en el cerebro mediante unos electrodos situados en la cabeza de la persona estando ésta bajo sedación, que inducen convulsiones de carácter leve. Esta terapia ha demostrado ser claramente el tratamiento más eficaz para la depresión grave. Muchas personas tratadas mediante terapia electroconvulsiva experimentan una pérdida transitoria de la memoria. Sin embargo, la terapia electroconvulsiva, pese a las opiniones vertidas por algunos medios de comunicación, es segura y raramente origina otras complicaciones. El uso actual de anestésicos y relajantes musculares han reducido en gran medida el riesgo para quien recibe este tipo de terapia.
Otras terapias de estimulación cerebral
Otros tratamientos que estimulan el cerebro, como la estimulación magnética transcraneal repetitiva y la estimulación del nervio vago, se encuentran todavía en fase de estudio y podrían resultar beneficiosas en personas afectadas por depresión grave que no han respondido a los fármacos o al tratamiento psicoterapéutico. Estas terapias implican la activación o estimulación del cerebro directamente con imanes o implantes que estimulan el nervio vago. Se cree que las células estimuladas liberan mensajeros químicos (neurotransmisores) que ayudan a regular el estado de ánimo y, por tanto, pueden aliviar los síntomas de la depresión. Estos procedimientos se utilizan normalmente en aquellos que no responden a los fármacos o a la psicoterapia.
Psicoterapia
Durante los últimos años se han logrado importantes avances en el campo de la psicoterapia. La psicoterapia, en ocasiones conocida como «terapia hablada», se basa en la suposición de que la clave para la curación del sufrimiento individual está dentro de la persona, y que puede ser facilitada a través de una relación de confianza y apoyo con el psicoterapeuta. Al crear un ambiente de empatía y aceptación, con frecuencia el terapeuta es capaz de ayudar al paciente a identificar la fuente de sus problemas y a considerar alternativas para afrontarlos. La conciencia emocional y la capacidad de introspección que la persona obtiene a través de la psicoterapia a menudo origina cambios en sus actitudes y conductas que le permiten vivir de una manera más plena y satisfactoria.
La psicoterapia es apropiada para una amplia variedad de enfermedades. Incluso personas que no padecen trastornos mentales pueden encontrar utilidad en el método psicoterapéutico para afrontar algunos problemas, como dificultades laborales, la pérdida de un ser querido o el padecimiento de una enfermedad crónica por algún miembro de la familia. De igual modo, la psicoterapia de grupo, la terapia de pareja y la terapia familiar están siendo ampliamente utilizadas.
La mayoría de los profesionales de la salud mental practican al menos una de las seis variedades de psicoterapia: psicoterapia de apoyo, psicoanálisis, psicoterapia psicodinámica, terapia cognitiva, terapia conductual o terapia interpersonal.
La psicoterapia de apoyo, la más frecuentemente utilizada, se basa en el establecimiento de una relación empática y de apoyo entre el sujeto y el terapeuta. Este tipo de relación estimula la expresión de sentimientos por parte del sujeto de manera que el terapeuta puede proporcionarle ayuda para la resolución de sus problemas. La psicoterapia centrada en el problema, una forma de terapia de apoyo, puede ser realizada de manera eficaz por los médicos de atención primaria.
El psicoanálisis es la forma más antigua de psicoterapia y fue desarrollado por Sigmund Freud en los primeros años del siglo XX. Conforme al método clásico, con una frecuencia de 4 o 5 veces por semana, el sujeto, tendido en un diván en el consultorio del terapeuta, trata de verbalizar cuanto le pasa por la cabeza. Esta práctica se denomina asociación libre. El enfoque se centra en su mayor parte en comprender cómo ciertos patrones de relaciones personales del pasado se repiten en el presente. La relación entre el sujeto y el terapeuta es una parte clave de este enfoque. Entender cómo el pasado afecta al presente ayuda a desarrollar formas nuevas y más adaptadas de funcionamiento en las relaciones personales y en el entorno laboral.
La psicoterapia psicodinámica, de modo similar al psicoanálisis, se centra en la identificación de patrones inconscientes en los pensamientos, los sentimientos y las pautas de conducta del sujeto. En esta modalidad terapéutica, sin embargo, la frecuencia de las sesiones varía de 1 a 3 veces por semana, permaneciendo el sujeto generalmente sentado y no tendido en un diván. Además, se le da un menor énfasis a la relación entre el sujeto y el terapeuta.
La terapia cognitiva ayuda a la persona a identificar posibles distorsiones en los pensamientos y a comprender cómo estas distorsiones generan problemas en su vida. La premisa de trabajo empleada establece que el modo de sentir y de comportarse de una persona está determinada por la forma en que interpreta sus experiencias previas. A través de la identificación de sus creencias y suposiciones fundamentales, la persona es capaz de aprender otros modos de analizar sus experiencias, logrando una disminución en la intensidad de los síntomas y una mejoría en la conducta y en la percepción de sus sentimientos.
La terapia conductual está relacionada con la terapia cognitiva. En algunos casos se emplea una combinación de ambas, conocida como terapia cognitivo-conductual. La base teórica de la terapia conductual es la teoría del aprendizaje, según la cual las alteraciones de la conducta son consecuencia de un aprendizaje incorrecto. La terapia conductual implica cierto número de intervenciones que tienen por objetivo ayudar al sujeto a desaprender conductas mal adaptadas en tanto que aprende otras que sí son adaptadas. La terapia de exposición, usada a menudo para tratar fobias, es un ejemplo de terapia conductual (ver ¿Qué es la terapia de exposición?).
La terapia interpersonal fue inicialmente concebida como un tratamiento psicológico breve para la depresión y está diseñada para mejorar la calidad de las relaciones interpersonales del sujeto depresivo. Esta terapia está enfocada hacia la pena no resuelta, los conflictos que surgen cuando el individuo tiene que desempeñar papeles que difieren de sus expectativas iniciales (como, por ejemplo, cuando una mujer contrae una relación de pareja esperando ser madre y ama de casa y se encuentra con que además debe ser el sostén económico de la familia), las transiciones en el papel social (como la de pasar de trabajador activo a jubilado) y ante dificultades de comunicación con otras personas. El terapeuta enseña al sujeto a mejorar aspectos de sus relaciones interpersonales, como por ejemplo a superar el aislamiento social y a responder a los demás de un modo diferente al habitual.
Pruebas complementarias
Por lo general, se coloca un sensor en el dedo del paciente para medir el nivel de oxígeno en sangre (lo que se denomina pulsioximetría). También se determinan los niveles de azúcar en sangre (glucosa) y los niveles en sangre de cualquier anticonvulsivo que se esté tomando.
Para la mayoría de las personas en los que se sabe que sufren un trastorno mental, no es necesario realizar más pruebas complementarias si los únicos síntomas consisten en un empeoramiento de sus síntomas típicos, si están despiertos y alerta, y si los resultados de la exploración son normales. Para el resto de los casos, generalmente se realizan pruebas complementarias adicionales.
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Análisis de sangre para medir los niveles de alcohol
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Análisis de orina para verificar si hay drogas
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Análisis de sangre para comprobar si hay una infección por VIH
Algunos médicos hacen rutinariamente análisis de sangre para medir los electrólitos y para evaluar la función renal.
Se realizan otras pruebas en función de los síntomas y los resultados de la exploración (ver Algunas causas y características de los cambios de personalidad y del comportamiento). Estos incluyen:
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Tomografía computarizada (TC) o una resonancia magnética nuclear (RMN) del cerebro: si los síntomas del trastorno mental son recientes o si se tienen delirio, dolor de cabeza, un traumatismo craneoencefálico, o cualquier anomalía detectada durante el examen neurológico
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Punción lumbar: si se tienen síntomas de meningitis o si los resultados de la TC son normales en personas con fiebre, dolor de cabeza o delirio
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Análisis de sangre para evaluar la función del tiroides: si la persona está en tratamiento con litio, tiene síntomas de un trastorno del tiroides, o es mayor de 40 años y presenta cambios de la personalidad o de conducta que acaban de comenzar (en particular en mujeres y en personas con antecedentes familiares de trastornos del tiroides)
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Radiografía de tórax, análisis y cultivo de orina, hemograma completo y hemocultivos: si se tiene fiebre
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Análisis de sangre para evaluar la función hepática: si se tienen síntomas de un trastorno del hígado o antecedentes de abuso de alcohol o drogas, o si no se dispone de esta información
Tratamiento
Cuando es posible, se tratan los trastornos subyacentes. Cualquiera que sea la causa, aquellas personas que constituyen un peligro para ellas mismas o para otras necesitan ser hospitalizadas y tratadas tanto si quieren como si no. En muchos Estados (de EE.UU.) se requiere que estas decisiones sean tomadas por una persona designada específicamente para que decida sobre la atención sanitaria en personas con enfermedades mentales (ver Representante para cuidados médicos). Si dicha persona no ha nombrado a un tutor, el médico puede ponerse en contacto con los familiares, o el juzgado puede designar a un tutor de emergencia. Las personas que no son peligrosas para ellas mismas u otras pueden negarse a la evaluación y al tratamiento, a pesar de las dificultades que su negativa podría crear para ellas mismas y su familia.
Conceptos clave
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No todos los cambios de la personalidad y de la conducta se deben a trastornos mentales.
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Otras causas incluyen sustancias (incluyendo la abstinencia y los efectos secundarios), trastornos cerebrales y trastornos sistémicos que afectan al cerebro.
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Son especialmente preocupantes las personas con confusión o delirio, fiebre, dolor de cabeza, síntomas que sugieren una disfunción cerebral, o un traumatismo craneoencefálico reciente, y aquellas que quieran dañarse a sí mismas o a otras personas.
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Por lo general, se realizan análisis de sangre para medir los niveles de oxígeno, azúcar (glucosa) y algunos fármacos (como los anticonvulsivos) que se puedan estar tomando. Además se pueden hacer otras pruebas en función de los síntomas y los resultados de la exploración clínica.