Es hora de hablar del impacto social y medioambiental del coche eléctrico.

La Comisión Europea encabeza desde el año pasado la iniciativa para fomentar “el liderazgo mundial de la UE en el ámbito de los vehículos limpios”. El desafío es doble. Por un lado, posicionar la industria automovilística europea a la vanguardia de la innovación y el desarrollo tecnológico.

Los costes de fabricación de estas baterías todavía son más elevados que el de las de plomo-ácido de los coches convencionales. Sin embargo, ofrecen cada vez mayor autonomía y mejores prestaciones, al tiempo que reducen la contaminación y sus efectos nocivos sobre la salud y el medioambiente.

Todo esto es positivo, pero no deberíamos perder de vista que todo desarrollo científico nos abre un horizonte de posibilidades ambivalente. Si algo nos enseñó el difunto sociólogo alemán Ulrich Beck es que combatir los problemas de la sociedad industrial termina generando otros nuevos, como el cambio climático.

Estas nuevas problemáticas cuestionan las certezas del pasado y nuestra capacidad para resolver los desafíos del presente. Todo ello nos sume en la incertidumbre. La diferencia con otras épocas es que, como diría Beck, somos más conscientes de los riesgos que entraña cada innovación y eso nos obliga a considerar sus consecuencias antes de que se produzcan.

La expansión del coche eléctrico debería plantearnos interrogantes más allá de su desarrollo tecnológico y los incentivos comerciales que requiere. Es necesario considerar también sus impactos sociales y medioambientales. Estos últimos llevan tiempo sobre la mesa, pero apenas hemos oído acerca de los primeros.

Si quiere  continuar leyendo el artículo  Lo que entreña los coches eléctrico.

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