Tuvo agorafobia desde los 35 hasta los 50. Nunca lo supo nadie, viuda y con tres hijxs a su cargo, se lo calló y lo luchó sola. A mis 18 desarrollé agorafobia yo.

La primera visita que tuve en mi primer día de arresto domiciliario por culpa de mi cabeza fue la suya. Mi madree dijo lo que me había pasado y mi tío la trajo en coche a casa de mis padres (2011). Se sentó a mi lado en el sofá y me cogió la mano, yo iba un poquito puesta de valium (primera vez que tomaba en mi vida). Me relajaba mucho que estuvieran allí conmigo, era como un sábado normal después de comer, toda la familia junta. Se me olvidó durante un rato todo lo que estaba pasando, y el ambiente dejó de ser tan tenso, tan de preocupación. Lloré un poquito porque estaba acojonadísima. Cuando se me pasó el sofocón, me arregló un poco la cara y el pelo y como hablando del tiempo, nos dijo que ella había tenido exactamente lo mismo durante casi 15 años .

Describió los síntomas a la perfección, nos contó la odisea que era para ella coger el bus, o salir a comprar. No tomó medicación, por aquel entonces había mucha menos información, pero fue a un psicólogo que le enseñó a abrir y cerrar las manos fuerte y contando hasta cincuenta. Me hizo hacerlo con ella. A día de hoy, es lo primero que hago cuando empieza a darme un chungo.

No me funciona como método de distracción, me funciona como método de amor. Cada vez que abro y cierro las manos con fuerza me recorre el amor de mi abuela aquella tarde, cuidándome y abriéndose para hacerme sentir menos sola. Y si hay algo que he aprendido después de estos ocho años, es que los ataques de pánico y la disociación absoluta desaparecen cuando conectas con el amor que hay en ti y que hay a tu alrededor. Y no es cursilería, es la base de la afectividad y de los problemas derivados de ella. El amor siempre puede más que el miedo.

Aquella tarde el amor que mi abuela sentía por mí pudo más que el miedo a contar lo que se había callado 35 años. No sé cómo lo hizo para sobrevivir sin ayuda (salvo el psicólogo de las manitas), sin redes de apoyo y sin trankimazin. Pero lo hizo, lo hizo tanto que cuando yo nací, era una mujer viuda totalmente independiente, que se pasaba los sábados en El Corte Inglés comprándose ropa modernísima, que iba al teatro y al cine semanalmente y se vio todas las temporadas de Sexo en Nueva York.

Que esa tarde dejase todo lo demás y viniese a casa, me cambió la vida. Y es literal. Los primeros días después del ataque de pánico que provoca la agorafobia son bastante cruciales, si empiezas con conductas evitativas, es mucho más complicado salir del bucle del encierro y del pánico a la calle. Esa visita, ese referente que me dio su historia, el puntito de fuerza que me contagió (y lo «normal» que me hizo sentir) fue lo que me hizo ponerme una chaqueta, unas zapatillas, dejar el móvil en casa y salir a la calle con unas llaves en la mano en cuanto se hizo de noche y se fueron.

Las farolas y la calle se cerraron sobre mí. Nunca he vuelto a tener una alucinación como esa, pero recuerdo perfectamente la imagen. Ojalá nunca sepáis lo que acojona sentir que el cielo se te cae encima, a lo Astérix. Abrí las manos y las cerré, y lo repetí 200 veces mientras caminaba. Me sujeté a las paredes mientras andaba y fui soltándome poco a poco, conforme el miedo fue remitiendo. Anduve tres horas, sin móvil (mi madre casi me mata) y acabé en casa de mi mejor amiga del pueblo, donde estaban todas mis demás amigas haciendo una cena a la que, obviamente, había dicho que no podía ir.

Me tumbé en el sofá de Laia y les conté todo lo que me había pasado desde la noche anterior. No entendían nada pero estuvieron ahí, y siguen estándolo. Todas. 8 años después. Esa noche, con ese paseo, me cargué la barrera más difícil, la primera. Y fue gracias a mi abuela Juli. Nunca me encerré en casa, nunca. He pasado pánicos que no puedo ni quiero describir, pero nunca me encerré, nunca dejé de viajar, de conducir, de salir, de ir a la universidad y, por supuesto, de ir a terapia. Todo con miedo, todo con pánico, pero me curé mucho antes porque lo enfrenté así. Y lo enfrenté así porque esa tarde, la persona que mejor me quería del mundo perdió el culo por venir a mi casa, cuidarme y servirme de referente. El referente que más agradezco a la vida por haberme dado jamás.

Cuento esto porque ayer València se me tragó entera. Pasa una vez cada mucho, pero ayer pasó, e hice un maravilloso paseo de dos horas mientras abría y cerraba los puñitos e intentaba racionalizar aunque fuera lo más mínimo. Lo conseguí (con la ayuda de una llamada a mi hermana).

Y me quedé exhausta, cansada, asustada y, sobre todo, harta de estar asustada. Por cosas de la vida, en Julio me mudé a dos calles de casa de mi abuela. Y hoy seguía harta, cruzada y muy cansada. Porque luchar contra la mente de manera diaria durante tantos años cansa. Y duele.

Y he pasado por delante de tu casa de camino a la mía, y me he quedado sentada en tu portal un rato. Me he desahogado llorando como si hubiese apretado el telefonillo y hubiese subido al séptimo y me hubieses abierto la puerta y me hubieses abrazado un montón. También he abierto y cerrado los puños varias veces, sin ansiedad, pero con muchas ganas de que al cerrar mi mano estuviera la tuya cogiéndomela muy fuerte. Porque te echo de menos cuando no puedo más. Y hoy creía que no podía más.

Te echo de menos siempre, en realidad. Echo de menos el refugio que era saber que estabas tú y tu fortaleza a mi disposición. Eras mi apego seguro y mi tierra firme. Y la de Clara también. Y conectar con este amor que sigo sintiendo por ti, me cura, me ubica. Así que gracias por eso también. Me levanto, abro manitas, cierro manitas y me repito «Paciència, Eva, paciència.» Y sigo caminando, hasta los 74, como mínimo 😉

Estoy recibiendo muchísimos DM pidiendo ayuda. Intento contestar a lo que puedo pero yo no tengo la solución, ni existe nada inmediato. Llevo nueve años sin dejar de ir al psicólogo ni una sola semana. Y armándome de paciència cada vez que siento que retrocedo. Así que para todo el mundo que me pregunta, mi respuesta es la misma: TE-RA-PIA. Terapia y más terapia. Ayudaos de medicación si la necesitáis y no dejéis que os estigmaticen por tomarla. Pero NO dejéis la terapia. Yo tardé cinco años en encontrar la que me servía a mí. Terapia, paciència y redes de apoyo. Compartid. Compartid con amigas, familia, entorno. Eliminad el tabú.

Las mejores personas de mi vida tienen algún tipo de «tarita» mental. La sensibilidad se paga cara en este mundo metalizado. Id a terapia (a una buena, stop psicologxs cantamañanas) y construid redes más afectivas sólidas a vuestro alrededor. Vínculos reales que estén ahí y para los que vosotrxs podáis estar. Somos fuertes porque no nos queda otra, sacadle el lado positivo. Queeros mucho y dejad que os quieran. Abrazad vuestra vulnerabilidad fuertemente, porque ese es el amor que más necesitamos. Todxs. Todas las personas del planeta.

Cuando repito lo de «love is the only way» lo repito con toda la intención. Construid redes de apoyo, incluyendo aquí la terapia.

Lo digo de manera universal, tengas dificultades mentales, físicas, financieras o afectivas.

Así que este es mi consejo.

Personas que nos entiendan, profesionales que nos ayuden a entendernos y relaciones afectivas (y sexoafectivas también) que hagan de este trocito de infierno terrenal que es la tierra en 2020 un trocito de cielo similar al que nos llevaban las abuelas

Ah, y paciència, coño, paciència. 🙂


Este relato ha sido obtenido del twitter de Eva Mollo , con el titulo: Me tatué «paciència» en el brazo………… Publicado el 16-01-2020.

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