Qué esconden las personas tóxicas

 

Seguro que conoces a alguien a quien calificarías de “persona tóxica”. También podrás observar que, a esa persona que tú no aguantas, a otras les resulta agradable e incluso la quieren.

La forma de presentarse de estas personas puede incluir una o varias de estas lindezas: desahogan su tristeza y sus males en ti, desprecian, se quejan, son pesimistas, actúan en un papel de víctima, ponen a las personas en su contra, se centran en lo negativo, no escuchan tus cosas, no son agradecidos, te hacen sentir culpable, señalan tus defectos, critican constantemente, emiten juicios sin cesar y condenan, no tienen en cuenta tus sentimientos o si los tienen en cuenta es para hacerte daño.

Además chantajean emocionalmente, manipulan, te hacen sentir en deuda o culpable, procuran hacerte dudar con inseguridad, traspasan los límite, se quejan, no asumen su responsabilidad, no quieren cambiar y te sacan de quicio.

Cualquier texto sobre personas tóxicas te aconseja que te alejes de ellas. Hay quienes que te cuentan que han cortado la relación con personas cercanas “porque son tóxicas”, como si fuera una razón suficiente y se sienten con derecho a hacerlo. Como me decía una paciente: “sí, hemos cogido el hábito de deshacernos de ellas y nos vamos quedando solos”.

Es verdad que hay personas con una conducta maligna y que el único modo de protegerse y mantenerse a salvo es huyendo. Aunque me cuesta cree que sean tantas como oyes contar.

Es cierto que ocurre, como dice Ortega y Gasset que “…hay otras personas cuya proximidad, por breve que sea, nos deja maltrechos y extenuados, llenos de desconfianza y como si la existencia hubiese cobrado un agrio sabor. Al separarnos de ellas somos menos que antes y, por así decirlo, hemos perdido calorías”.

No hay post de psicología que se precie, que no critique lo que la tradición “nos ha inculcado” sobre la bondad de los demás y que afirme con certeza lo malas que son esas personas tóxicas.

Sin embargo en el post siguiente te hablan de la “aceptación incondicional”, de la “conciencia plena”, de “no juzgar”. A mí me genera confusión, ¿en qué quedamos? ¿“aceptar” o “evitar”, afrontar o salir corriendo? ¿Decido sólo por cómo me hace sentir?

¿Es porque la persona en sí misma “es tóxica” o porque hemos establecido una “relación insana”? ¿Podría ser que la toxicidad surgiera en la relación y que no fuera intrínseca a la persona? ¿Quién ama a las personas tóxicas?

Hablaba con una paciente, Sara, de cómo su jefe le hacía sentir minusvalorada y culpable. ¿Tiene algo bueno?, le pregunté. “Sí, siempre se preocupa de que todo el mundo reciba su sueldo a fin de mes. Y yo, que llevo las cuentas sé que él no recibe su nómina hasta que no está todo el mundo pagado”. ¿Puede ser que a él le hayan tratado antes como te trata a ti? “Sí, claro. Antes de montar su empresa recibió bofetadas por todos lados”.

La vida es el arte del encuentro”, decía el cantante brasileño Vinicius de Moraes pero ¿sólo del encuentro agradable y oxigenante o también del difícil y molesto? Hay personas con las que más que encuentros tienes encontronazos. Dan ganas de salir corriendo, para no quedar maltrechos y agriados. ¿Qué podría pasar si nos lanzamos a amar y a encontrarnos con las personas tóxicas?

Para afrontar estos encuentros nos puede ayudar cambiar la perspectiva, enunciar el problema como “relación tóxica”, salvar a las personas (incluidos nosotros), y abordar la situación. También dependerá del tipo de relación, es diferente si es un jefe, un familiar, un vecino, tu pareja, tu madre… hay personas de las que no te puedes “deshacer”.

Casi todos sentimos aprecio por los refugiados, por las minorías que claman por sus derechos, por los inmigrantes que buscan un lugar mejor, por las víctimas de maltratos.

Esa “persona tóxica” con la que te encuentras en la vida diaria, puede ser un refugiado emocional que ha tenido que huir de las guerras civiles de su familia, puede haber sido víctima de abusos o malos tratos, puede ser un migrante que ha tenido que abandonar su verdadera identidad y anda buscando una mejor dónde echar raíces.

Puede ser que lo que ocurre en la relación sea expresión de algo que le ha ocurrido a esa persona en otra relación. De forma no consciente, repetirían el patrón con el que han sido tratados: abandono, negación de su valor, manipulación, maltrato, abuso, desprecio, etc.. Para ponerse a salvo del papel de agredido, escogen el papel de agresor. Quizá necesitan ayuda, alimentar su ego, buscan aprobación o sanar sus heridas.

Cuando me las encuentro, se me ocurre pensar “Bueno, pues muy bien, pobrecitas, pero que no vuelquen su porquería sobre mi”. A la vez, me ayuda considerar que son personas frágiles que necesitan una armadura para tenerse en pie, almas heridas que siguen sangrando, bebés sucios y hambrientos que berrean para que alguien les calme.

¿Quién ama a estas personas? Al huir de ellas, puede que repitamos el patrón que aprendieron o podemos cambiarlo. Nos proponen un baile y podemos responder de tres maneras. Una es evitándoles, porque hacen surgir en nosotros el patrón del que les abandonó, rechazó o maltrató, y ellos confirman que no son valiosos, que merecen ser despreciados y sobreviven con esas conductas tóxicas.

Cuando la evitamos o nos apartamos de ella le confirmamos que no es lo suficientemente válida, fuerte, digna como para seguir ahí con nosotros. También podemos entender que nosotros somos más válidos, fuertes y dignos que él, por lo tanto no están a la altura que se merece tu compañía, alabanza o amor.

El segundo baile sería someternos a su maltrato o abuso, ponernos su traje de poco valiosos o culpables, creer que es nuestra piel y terminar por afirmar que merecemos ser tratados así.

El tercero sería cambiar el baile. En Japón hay una delicia culinaria muy peligrosa, el pez globo. Partes de él son sabrosísimas y partes de él son altamente tóxicas, provocan parálisis y muerte. La experiencia de comerlo incluye que, en las partes sanas hay un poquito de toxina, que añade sensaciones particulares.

Algo así podemos percibir cuando cambiamos el baile con las personas tóxicas. Tiene partes buenas y sanas con las que podemos intentar conectar, tiene partes altamente dañinas que nos pueden destrozar, e incluso al relacionarnos con las partes buenas, experimentaremos que tienen un punto de fricción que estimula nuestra sensibilidad y pone en alerta nuestra vulnerabilidad.

Con qué parte de ti interacciona, con qué parte de ti podrías tratarle de otra manera, protegerte sin huir, aceptar a la vez que esquivas sus dardos envenenados. Quizá Sara sí pueda relacionarse con la parte de su jefe que paga a todos puntualmente. Como quien se come la parte de la manzana que no está podrida.

Intenta no etiquetar a la persona. Considera qué te hace sentir. Valora con qué parte de ti está conectando. Permítete sentir qué te genera y cómo te afecta. Siente qué te entran ganas de hacer.

Valora si eso puede ser lo que él está sintiendo hacia sí mismo, hacia otra persona o por otro asunto. Salte de ese escenario. Busca qué es lo que necesita de ti, no de tu energía o de tu vitalidad. Examina si quieres dárselo o no. Dáselo del modo que tú quieras, desde la distancia que te permita ser tú.

Con independencia que no significa indiferencia, diferenciándote y con distanciar que no significa ignorar, maltratar o despreciar. Detectar su parte tóxica no significa enjuiciar y condenar. No supone anularte, ni someterte, ni despreciarte. Supone afirmarte y darte cuenta de que tienes partes fuertes y firmes que pueden encontrarse con una parte de la otra persona con la que conectar.

Cuando consigas conectar con una parte sana de estas personas, puedes ayudarles a entender que tienen a alguien delante, dales a conocer cómo te sientes cuando se comportan o hablan de determinada manera.

Si es una persona con la que te vas a tener que relacionar intenta darle juego, animarle a que sea agradecida, hazle caer en la cuenta de lo que recibe y de las situaciones que generan ella misma. Cuenta con ella, tenla en cuenta, ten paciencia para empatizar, dale criterios de realidad, hazlo desde ti mismo.

Para un momento. Considera qué está ocurriendo. Mantén unos límites sanos. No intentes que cambie. Tú mantén tu rumbo, no discutas, sé firme. Respeta su espacio, no trates de salvarle, déjale que se sume a la corriente que tú propones sólo si quiere, no pretendas que actúe como tú lo harías. No te hagas responsable de su felicidad.

Esto no es un mensajito de buen rollo, es pura psicología; no es una propuesta de amor fraterno, es un intento de cambiar el patrón relacional que genera problemas; no es una llamada a la camaradería social y popular, es una ejecución individual de la libertad en el modo de dejarte afectar por otro ser humano.

Ojalá Ortega, tras encontrarse contigo pudiera escribir estas palabras: “Al separarnos de cierta persona con quien hemos conversado un buen rato nos sentimos tonificados. Y no porque aquella persona sea muy inteligente, ni porque se haya mostrado bondadosa. Sin embargo, salimos del trato con ella como refrescados, llenos de confianza en nosotros mismos, optimistas, saturados de impulsos y plenitud, con una firme fe en la existencia”.

Carlos Chiclana

Médico Psiquiatra

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