Pues resulta que el menda es el orgulloso presidente de la Asociación de Terapia Familiar e Mediación de Galicia y responsable último (que no único) de que el pasado 14 de mayo Robert Whitaker impartiera un seminario en Santiago de Compostela algo que quiero recalcar ya que, en contra de lo dicho en algún medio de comunicación no fue la USC quién invitó a Whitaker, fue la ATFMG quien lo hizo, la Facultad de Psicología se limitó a ceder el espacio como tantas veces lo ha hecho para el desarrollo de nuestras actividades (así como las actividades de otras organizaciones vinculadas a la psicología). Y aclaro esto no por querer apropiarme del mérito, si no para desvincular a la USC y al Decanato de la Facultad de Psicología de esta actividad, habida cuenta de las críticas que se sucedieron en torno a este evento.

Estas críticas son las que han hecho que retomara este espacio a falta de otro mejor, a pesar de que había tomado la decisión de abandonarlo definitivamente, con la función que ha tenido en otras ocasiones de aliviar mis cabreos.

El caso es que puesta en marcha una actividad que había generado gran expectación, con un considerable número de inscripciones y a 24 horas de su comienzo me informan de que la Decana de nuestra Facultad había recibido un escrito solicitando que la Facultad de Psicología de Santiago no acogiera el seminario. Y lo hicieron aludiendo a razones vagas y medias verdades además del consabido reparto de carnés (carné de quién puede hablar de qué,  carnés de científicos y carnés de pseudocientíficos). La primera de las razones de la queja presentada tiene que ver con que “Robert Whitaker es periodista, no psiquiatra ni farmacólogo”, por tanto le falta el carné que la habilita para opinar sobre fármacos (seica). Es curioso que no pensaran así en la Harvard Medical School donde fue director de publicaciones, como tampoco pensaron así en el MIT donde apoyaron su trabajo con una beca en su programa sobre periodismo científico (¿Harvard Medical School y el MIT?… esa gente no sabe nada de ciencia). Sus colegas periodistas tampoco consideran que sea un recién llegado a esto de la ciencia, aunque a quién le importa la opinión de organizaciones de periodistas ¿no quedamos en que no podían opinar? Por eso no es relevante que recibiera el Gorge Polk por su trabajo en periodismo médico, que la “National Association of Science Writers” lo premiara sus artículos o que llegara a ser finalista del Pulitzer por sus trabajos sobre psiquiatría.

Podríamos haber considerado un error invitar a un periodista para hablar de medicación psiquiátrica, quizá los periodistas no estén capacitados para hablar de este tema, quizá hubiera sido mejor haber invitado a Joanna Moncrieff  (psiquiatra) para hablar de su último libro “The Bitterest Pills» en el que pone a prueba de una forma documentadísima los antipsicóticos, o quizá fuera mejor llamar a David Healy para que nos comentara algunos de sus hallazgos sobre los efectos adversos de los ISRS. Tal vez podríamos abrirnos a otras áreas de la medicina e invitar a Marcia Angell, doctora en medicina y profesora titular en la Harvard Medical School (oye, ¿qué les pasa a estos de Harvard?, tienen el chiringuito lleno de charlatanes anticientíficos), la Dra. Angell podría abundar en teorías conspiranoicas sobre la industria farmacéutica contándonos el contenido de su libro “The Truth About the Drug Companies” (ya ves, otra que ve marcianos), total ¿qué podrá saber sobre conflictos de interes la que fue editora jefa del Journal of New England Medicine, ese panfletillo sin importancia?. Y ya puestos a desarrollar hipótesis conpiranóicas, podíamos haber llamado a Peter Gotzsche, médico, químico, biólogo e investigador, a la sazón líder del Nordic Cochranne (otro club anticientífico), que tira con bala cuando habla de “Medicamentos que matan y crimen organizado” (cómo te pasas, Pedro). No sé si un epidemiólogo dispone de carné para hablar de medicamentos, por eso tendríamos cuidado en invitar a Ben Goldacre para hablar de la “Mala Farma” y los sesgos de publicación. Pero desde luego, si un periodista especializado en salud no puede hablar de fármacos, el hecho de haber realizado el metanálisis más extensivo hasta el momento sobre eficacia de los antidepresivos, no podría justificar que invitáramos a un psicólogo (Dios nos ampare de tal cosa) por eso no contaríamos con Irving Kirsch para que cuestionara la utilidad de los antidepresivos.

Así que, a pesar existir diversas opciones por las que podríamos haber invitado a científicos con carné, nos decidimos por el periodista “yavestú”.

La verdad es que ese intento de boicotear el seminario no me habría generado la necesidad de escribir nada si no fuera porque a los pocos días me encontré con un artículo de opinión en el diario Praza Pública  titulado «A historia completa» y firmado por la psiquiatra Iria Veiga, que además de compartir con la comunicación enviada a la Facultad su preocupación por que “un autor claramente alineado con tesis anticientíficas imparta una conferencia amparado por el sistema universitario público”, también comparte toda su argumentación.

Resumiendo, la acusación en general se puede resumir como “¡esto es pseudociencia!” acusación a la que Whitaker nos dice, se ha acostumbrado. Sin embargo, a mí personalmente, y calculo que a la mayoría de las 140 personas que allí estábamos congregadas, el carné de pseudociecia nos pesa un poco…

Allí estábamos, un montonazo integrantes del club de la pseudociencia, gente con perfiles diversos, gente de la sociología, del periodismo, de la abogacía, de la pedagogía, una gran cantidad de personas tituladas en psicología, pseudocientífica por supuesto (clínica, educativa, sanitaria), alguna que otra doctora en psicología (de esas que no saben nada del método científico), al menos una doctora en pedagogía, un médico generalista,  psiquiatra y al menos un farmacólogo (que yo pudiera identificar). También se nos coló un Catedrático en Psicología, aunque hay que decir que a él y a una de las doctoras finalmente acabaremos echándolos de nuestro particular club de la pseudociencia. Siempre vimos con recelo su puñetera costumbre de publicar en revistas con alto factor de impacto y revisión por pares (Mundo Natural o Cosmos vale, pero ¿con revisión por pares? Mal, muy mal) pero ya esto último de publicar en Lancet es inadmisible, tiene que valerles una sanción disciplinaria ¡hasta aquí podíamos llegar! Pues eso, una masa ingenua, crédula, inconsciente e ignorante de la ciencia esperando a que el bueno de Bob nos la metiera doblada (nunca podríamos enterarnos), a esta indefensión se unió la circunstancia de que, el debate que la organización esperaba no existió (nunca ocurre), las personas de la ciencia con información, con formación y con argumentos sobrados contra las tesis de Whitaker no se acercaron a ponerle los puntos sobre las íes y allí nos dejaron… en un estado de absoluta indefensión.

Alguno pensará que sí, que hay debate, lo vemos en el artículo de Praza Pública y lo vimos en El País tras la visita a España de Whitakerpara presentar su libro. Sin embargo, en estos artículos sólo me encuentro una discusión sobre una caricatura de la conclusión de Whitaker (una caricatura en el sentido que reduce a trazos generales su tesis, la simplifica y la ridiculiza) y una descalificación de su persona (eso es pseudociencia, no nos rebajamos a debatir). Estas personas de la ciencia bien formada, informada y documentada emplean argumentos del tipo “sabemos que”, “está probado”, “no se puede negar que”, mientras que por otra parte lo que vimos los que estuvimos ese sábado con el periodista (así como los que leímos sus trabajos) es una sucesión abrumadora de datos, datos de investigación, datos publicados por investigadores reputados en revistas médicas de no menos reputación, datos que podrían ser discutibles. Quizá se podría criticar la calidad de la investigación, el diseño de los ensayos, las conclusiones que de las investigaciones se hacen, o quizá se podrían haber propuesto investigaciones con resultados diferentes, pero allí no había nadie que hiciera eso, no es necesario porque “sabemos que”, “está probado” y “no se puede negar que”

La autora del artículo en Praza Pública afirma que: “la tesis general de Whitaker es que los psicofármacos no son eficaces, no palían las enfermedades mentales ni por su puesto las curan, sino que incluso las agravan”. Lo cierto es que lo que Whitaker nos cuenta en su conferencia y en su libro no es exactamente esto, de hecho en su seminario no abogó por un abandono de los psicofármacos en el tratamiento de las enfermedades mentales, si no por un “uso selectivo”, no es cierto que su tesis central sea que los psicofármacos no son eficaces, de hecho plantea (y demuestra con datos de investigación) que los psicofármacos pueden ser eficaces a corto plazo, pero que su uso a largo plazo no está justificado en la mayoría de los casos, contribuyendo en algunos casos a un empeoramiento.

Dice la psiquiatra que, la afirmación de esto último “nunca se demuestra más allá de la observación de la correlación (y correlación no implica causalidad)”. El caso es que tanto Whitaker como la mayoría de los allí presentes, el día que explicaron la correlación si que fuimos a clase y esto, ya nos lo sabemos, por eso acompañó estas observaciones sobre correlaciones con una cantidad abrumadora de referencias de investigación; datos epidemiológicos, investigación animal, estudios longitudinales y por supuesto, ensayos clínicos. Desde luego todos ellos podrían ser cuestionables, pero el hecho es que nadie se ha parado a cuestionarlos.

También dice Iria Veiga que “la idea básica de la inefectividad de los psicofármacos va en contra del estado actual del conocimiento científico y de lo que sabemos sobre psicofarmacología y bioquímica del sistema nervioso central”, en resumen “sabemos que”, “está probado”, “no se puede negar que”. Además, esta afirmación dibuja un escenario en el que unos señores unas señoras listas con bata y lupas grandes estudiaron la bioquímica del SNC en las enfermedades mentales y como consecuencia del conocimiento acumulado desarrollaron los psicofármacos, cuando la realidad es que las principales familias de psicofármacos se descubrieron por pura chiripa y que producto del descubrimiento de estos psicofármacos se generaron hipótesis sobre la bioquímica del SNC en las enfermedades mentales, al tiempo que esas hipótesis se han convertido en hechos en teoría incontrovertibles. Podemos escuchar una y otra vez que “sabemos que, está probado y no se puede negar que” la base etiológica de la depresión tiene relación con la serotonina (y que los antidepresivos revierten esta función anómala) pero lo cierto es que, no existen pruebas convincentes de ello.

Si atendemos a la diferenciación que el bueno de Carl Sagan hace entre la ciencia y la pseudociencia, el americano nos dice que “

[la ciencia] plantea hipótesis de modo que puedan refutarse. Se confronta una sucesión de hipótesis alternativas mediante experimento y observación” es decir, entiendo que la ciencia plantearía hipótesis “falsables” en términos más popperianos.  Sin embargo, Sagan dice que en pseudociencia “Las hipótesis suelen formularse precisamente de modo que sean invulnerables a cualquier posibilidad de refutación, por lo que en principio no pueden ser invalidadas”. Si tomamos esto por bueno, la afirmación de que “no está demostrado que la base etiológica de la depresión tenga ninguna relación con la serotonina” sería una hipótesis formulada en términos científicos en cuanto a que es perfectamente falsable, sólo sería necesario aportar una prueba, por ejemplo alguien podría aportar uno de esos estudios que demuestran que una dieta carente de triptófano puede provocar una reaparición de la sintomatología en pacientes con diagnóstico de depresión en remisión, entonces yo podría contestar que esto se da sólo en pacientes que previamente habían sido tratados con ISRS, pero que en pacientes no tratados con ISRS o en personas “sanas” esto no ocurre, concluyendo que los diseños experimentales que buscan como resultado una disminución artificial de serotonina no resultan en sintomatología depresiva. Y de esta manera, entiendo, se podría iniciar una discusión en términos científicos, productiva e interesante. Sin embargo, afirmaciones como “sabemos que”, “está demostrado que” y “no se puede negar que” la serotonina está en la base de la depresión, parecen estar formuladas, en palabras de Sagan “de modo que son invulnerables a cualquier posibilidad de refutación”. Lo cierto es que como organizador de esta actividad me hubiera encantado (y así lo deseábamos) que se hubiera producido un debate más parecido a la primera opción, un debate así realmente creo que no tendría ganadores ni perdedores, sólo ganaría el conocimiento, pero desgraciadamente esto no sucedió y no sucederá. El debate se termina con la descalificación de la otra parte a partir de  una efectiva pero exasperante “estrategia Inda”:

 -quería yo decir que…

 -¡Venezuela!, ¡Irán!, ¡Comunismo!, ¡cien millones de muertos!

 -Es que tenía una propuesta…

– ¡Homosexuales colgados de grúas!, ¡tracatraca!

 -Mira vengo aquí a presentar unos datos sobre…

-¡Pseudociencia!, ¡Cienciología!, ¡Estigma!

(Habla cucurucho que no te escucho)

La psiquiatra afirma que, es cierto que se ha dado un incremento en la incidencia de enfermedades mentales, “como en todos los ámbitos de la medicina” (no, no en todos y no en la misma proporción, pero aceptamos pulpo), y que inferir que la causa son los fármacos “es un salto sin red” cierto, estoy de acuerdo (yo y también Whitaker) en que es una inferencia exagerada que el único factor sea ese. Añade que “el mayor acceso a sistemas de salud, la mejor detección y la mayor exigencia de la población en cuanto a su bienestar (¿?) explican sobradamente este incremento”. No sé exactamente donde coloca la autora la creación de cada vez más categorías diagnósticas, cada vez más inclusivas, si lo incluye en “mejor detección” o en la “mayor exigencia de bienestar”.

La argumentación que sigue es clásica, demagógica y por tanto predecible: pues eso, cienciología, conspiranoia, VIH, religión y otras comparaciones que no vienen a cuento.

Sigo citando “también explica la consistente evidencia (¿?) que soporta el uso de los psicofármacos en una supuesta conspiración por parte de la industria farmacéutica”. Quizá en alguna entrevista haya dicho algo así, no lo sé, sin embargo en el seminario no ha habido referencia a conspiración alguna, sí que se hizo alguna referencia a los conflictos de interés de algún investigador concreto (mi criterio personal, no científico, es que si un investigador concreto léase Biederman, tiene conflictos de interés que supera con mucho el millón de dólares, los resultados de sus investigaciones están al menos algo comprometidos, pero son cosas de un conspiranóico). Pero el caso es que su argumentación ha tenido más que ver con la debilidad de algunas pruebas y la aportación de otras, que con ninguna conspiración. También es cierto que en su último libro hace un análisis de la corrupción institucional en la psiquiatría, supongo que la Dra. Veiga estará de acuerdo, que la psiquiatría tampoco está exenta de estos problemas.

Se queja además de que “cualquiera que lo contradiga queda, pues, marcado como sospechoso de ser uno más de los conspiradores”. Argumento de ida y vuelta, porque cualquiera que denuncie conflictos de interés en la investigación psiquiátrica (unos pocos), quedará pues, también marcado por ser un pseudocientífico conspiranóico (como Gozstche o M. Angell). Lo curioso del tema es que al tiempo que cualquiera que ponga en duda un trabajo por la existencia de conflictos de interés será tachado de conspiranóico, la Dra. Veiga denuncia el conflicto de interés del periodista y recalca el beneficio que Robert Whitaker obtiene de la venta de su libro “existen múltiples intereses potenciales que deben traerse a primer plano a la hora de juzgar estas afirmaciones”. Efectivamente, Whitaker quiere vender su libro y es posible que el tema sea lucrativo, pero las investigaciones a las que se refiere no son suyas, si estuvieran manipuladas, exageradas o simplemente no existieran, sólo habría que desmontarlo, es fácil. Es distinto y más complicado cuando Keller manipula los datos del estudio 329, no podemos darnos cuenta del engaño hasta que disponemos de los datos, como ha sucedido con posterioridad. Creo que hay diferencias importantes entre un caso y el otro. Por otra parte, también tengo que decir que cuando contactamos con Whitaker para que nos acompañara y le preguntamos por sus honorarios (así es, pagamos a la gente por su trabajo), nos propuso una remuneración absolutamente inaceptable para ATFMG, y digo inaceptable, porque no podemos permitir que una persona imparta una conferencia de 8 horas sin cobrar absolutamente nada (cero euros, esto es lo que pidió).

A continuación, la autora del artículo continúa con el clásico de la Cienciología, toda una tradición. Recuerdo cuando Kirsch publicó los resultados de su metanálisis en el 2008 cuestionando la efectividad de los antidepresivos y llamando la atención sobre el sesgo de publicación de ensayos con resultado negativo. Muchos medios se hicieron eco de los resultados y contactaron con los psiquiatras de cabecera de la tele, como no, con el Dr. Cabrera, adivinen cual fue la respuesta del habitante de la nave del misterio, efectivamente ¡los cienciólogos! De manera que cualquier persona que presente pruebas en consonancia con una posición de la cienciología, quedará descalificada por ciencióloga.

Finalmente, sólo lamentar que la Dra. Veiga, así como otros y otras colegas incómodos con las tesis de Whitaker no nos acompañaran, realmente deseamos (y esperamos) en su momento que se abriera el debate, que nos encontráramos con una discusión de datos contra datos, un debate en los términos que se hacen los debates en ciencia, sin ellos la conferencia se convirtió en un ejercicio de onanismo, agradable desde luego, pero solitario.

De cualquier manera, como Gorrión Supremo de la Fe de los Siete tengo que agradecer a las personas asistentes el éxito (de crítica y público) de la actividad, a mis compañeros y compañeras de la Junta Directiva de la ATFMG por el trabajazo que nos pegamos, a Fátima por su fantástica interpretación desinteresada y desde luego a nuestro amigo Bob que hizo que el día fuera fantástico (un tío majo). Pudimos salir todos de allí con los Chakras desatascados, a pesar de que fallara la máquina de café pudimos arreglar con soluciones homeopáticas de hiervas varias que nos pusieron el Ki a tono y pude salir con mis amigos Juanma y Noemí a abrazar árboles durante los descansos (toda una experiencia energizante).

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