La relación entre Psiquiatría y Fotografía a lo largo del tiempo no ha sido fácil, mostrándose la primera generalmente muy prevenida y temerosa frente a la segunda. Algo que podemos comprender al considerar ciertos aspectos relacionados con la necesaria confidencialidad y derecho a la intimidad individual de los pacientes, aunque la prevención es evidente que también tiene que ver con que algunas de las prácticas psiquiátricas no han sido, o pueden ser, ni estética ni éticamente presentables.

Pero esta primera aseveración, no ha sido siempre ni es totalmente así. Fueron excepción a la misma, con objetivos estrictamente descriptivos y académicos, los empeños de diversos atlas e iconografías fotográficas que, a finales del siglo XIX y principios del XX, buscaron en las fotografías su potencial pedagógico y utilidad en el estudio de los estigmas físicos asociados a la enfermedad. Reflejo de este tipo de perspectiva fue la progresiva aparición de laboratorios fotográficos en aquellas instituciones psiquiátricas que quisieron seguir los pasos de la famosa “Iconographie Photographique” impulsada por Charcot a partir de 1845 en la parisina Salpètrière (Iconographie Photographique de la Salpètrière (1875-1880) y Nouvelle Iconographie Photographique de la Salpètrière (1888-19181). Tras varias décadas de gran interés clínico, buscando presentar visualmente los diferentes cuadros psicopatológicos más frecuentes de la época, tales colecciones poco a poco fueron perdiendo interés, sobre todo a partir de la segunda mitad del S. XX, perdurando algo más en la práctica cotidiana aquellas otras fotografías “tipo carnet” con las que indefectiblemente se abría una historia clínica para irse actualizando regularmente, quedando ahora archivadas como testimonio gráfico del paso del tiempo en los sufrientes semblantes de sus protagonistas.

Salvo en esos casos, con un fin casi exclusivamente didáctico, la práctica más generalizada ha sido precisamente la contraria, es decir intentar mantener alejadas de los centros de tratamiento a las inoportunas cámaras, empeñadas como suelen estar en muchas ocasiones en mostrar el ambiente imperante y algunas de las discutibles prácticas observadas intramuros. La principal razón esgrimida para ello es el conveniente e indiscutible derecho a la intimidad y confidencialidad acerca de su persona y circunstancias que cualquier paciente merece. Pero también es cierto que en otras muchas ocasiones se ha invocado ese derecho con el único pretexto de que ciertas descuidadas o abusivas prácticas pasen desapercibidas a la opinión pública (Martínez Azumendi,2005). En ese caso, impidiendo también así el derecho de los pacientes a la denuncia de la situación en que se encuentran y cualquier otra posibilidad de modificación de la misma.

Ambos usos (descriptivo-clasificatorio y denuncia), son ejemplos de algunas de las varias áreas posibles de intersección entre fotografía y psiquiatría (Martínez Azumendi,2008). De entre todas las utilidades recogidas en la tabla 1, vemos que en el primer grupo se incluyen aquellas que hacen referencia a las fotografías, más o menos manipuladas, que son mero reflejo de la realidad a retratar y que se desea hacer perdurar, con los fines que fueran, para un observador que generalmente ocupa un papel pasivo como receptor u observados frente a dichas imágenes. Sin embargo, existe otro gran grupo de utilidades de la fotografía en que esta convierte al observador en protagonista activo, a través de la propia actitud creativa o como vehículo de sublimación de diferentes impulsos o conflictos personales, pero también permitiendo la asociación y expresión de contenidos emocionales frente a las imágenes ante él presentadas. Potencialidades estas de gran aplicabilidad práctica en el terreno de diversos abordajes psicodiagnósticos, ocupacionales y psicoterapéuticos.

En las siguientes páginas, una vez reclamado el conveniente derecho a la intimidad personal, veremos algunos ejemplos de la gran potencialidad que la fotografía encierra como recurso técnico auxiliar en el campo asistencial a la salud mental.

Algunas experiencias pioneras (S. XIX) Como ya apuntábamos antes, y presentado de forma muy esquemática, podemos resumir que los primeros desarrollos y búsqueda de utilidad para la fotografía en el campo psiquiátrico, inspirados por las teorías fisiognómicas, tuvieron que ver con el deseo de mostrar y describir la enfermedad mental desde su apariencia y presentación externa. Seguidamente las imágenes fueron también tomadas con fines documentales, no solo de tipo testimonial o arquitectónico, sino que otras muchas veces lo fueron como medio de denuncia de las terribles situaciones en que se encontraban las instituciones. Sin embargo, no fue hasta bien entrado el S. XX cuando se vio la utilidad potencial que la fotografía podría tener como medio terapéutico y diagnóstico de forma más amplia.

Aunque lo anterior es así en términos muy generales, no es tampoco justo perder de vista que fue precisamente la perspectiva terapéutica, en su sentido más amplio, la que se contempló también en los primeros años de la aplicación de la fotografía al ámbito psiquiá- trico. Fue el caso del psiquiatra británico Hugh Welch Diamond (1809-1886) y del norteamericano Thomas Story Kirkbride (1809-1883), cada uno de ellos reivindicado por sus paisanos como el pionero introductor de las técnicas fotográficas en el campo de la psiquiatría.

Generalmente se suele citar a Diamond, miembro fundador en 1853 de la Sociedad Fotográfica de Londres, como el padre de la fotografía psiquiátrica (Gilman, 1976), con la que había empezado a experimentar poco después de que Talbot diera a conocer sus descubrimientos en 1839. Fue entre 1848 y 1858, ocupando la plaza de superintendente del departamento de mujeres del Surrey County Lunatic Asylum, cuando, aunando su profesión médica y su afición fotográfica, retrató a diversos pacientes con el fin de ilustrar los diferentes tipos de locura, convencido, de acuerdo a las corrientes fisiognómicas en boga, de que el diagnóstico podía deducirse de la expresión facial de los enfermos.

En 1952, bajo el título de “Tipos de locura”, presentó parte de su trabajo en la primera exposición que organizó la Society of Arts como exclusivamente dedicada a la fotografía. Seguidamente, en 1856, dio una conferencia en la Royal Society, donde describió con entusiasmo la utilidad de la fotografía defendiendo tres posibles funciones en relación con el tratamiento de los enfermos mentales: 1) El registro del aspecto externo con ánimo descriptivo y diagnóstico, tal y como propugnaban las teorías fisiognómicas de la locura; 2) Medio ideal de identificación y recuerdo en caso de necesitarse una readmisión; 3) Presentados sus propios retratos a los pacientes, estos recibirían una auto-imagen muy precisa, lo que ayudaría al tratamiento. En relación con esta última funcionalidad, precursora sin duda de la actual fototerapia, Diamond hace referencia a un par de casos sin profundizar mucho más en ello (Diamond, 1856).

Pero no todo el mundo está de acuerdo en otorgar esa paternidad a Diamond, habiendo quien asegura: “No fueron los psiquiatras europeos quienes primero utilizaron la fotografía con fines terapéuticos. Una vez más fue América quien marcó el camino. Tan temprano como en 1849 Thomas Story Kirkbride… utilizó las recientemente inventadas trasparencias fotográficas para la linterna mágica como parte del tratamiento y programa recreativo de sus pacientes. Su utilización de la fotografía no fue casual sino parte deliberada de su programa de tratamiento Moral” (Burns, 1983). Para Kirkbride, uno de los fundadores de la Asociación Psiquiátrica Americana y diseñador de imponentes edificios asilares, cada hospital debía de mostrarse agradable e incluso bonito, con jardines y áreas de esparcimiento que contribuyeran a generar un ambiente de confianza y apoyo. Cuando se pudiera el paciente tendría que ocuparse en alguna actividad diaria, programándose otras diversas para el tiempo libre del atardecer, y entre ellas destacaremos aquí las proyecciones de trasparencias con la linterna mágica en el Pennsylvania Hospital for the Insane. Estas sesiones se iniciaron en el invierno de 1843, primero con imágenes pintadas a mano, para añadirse diapositivas fotográficas sobre cristal a partir de 1849. Las imágenes, denominadas hialotipos y patentadas por los pioneros hermanos Langenheims, fueron un entretenimiento muy popular en todo el mundo en décadas posteriores, pero disfrutadas mucho antes intramuros del manicomio, que también fue fotografiado, así como muchos de sus eventos y actividades por los Langenheims (Haller, 2005).

A partir de esos años la técnica fotográ- fica se fue extendiendo con cierta rapidez, despertando el interés general de los psiquiatras de la época. Legrand du Saulle (Legrand du Salle, 1863), en 1863, presentó una sesión a la sociedad mé- dico psicológica francesa donde abordó la utilidad de la fotografía en el estudio de las enfermedades mentales, citándolas como apoyo para las mediciones fisiognómicas, constatación de los cambios clínicos observables en la evolución de la enfermedad, e incluso como base para un eventual atlas psicopatológico visual por procedencia geográfica con fines de consulta. Pero más interesante puede resultarnos su referencia a las objeciones morales que se- ñala frente a la utilización pública de las reproducciones fotográficas y el posible riesgo proveniente de los propios fotó- grafos, no obligados profesionalmente como los médicos al secreto profesional, por el que algún paciente o su familiar encontrara su retrato expuesto en la vitrina de una papelería, posibilidad que acompaña incluso con un ejemplo de un caso real. Fueron prevenciones que le llevan a proponer posiblemente la primera normativa referida a la aplicación de la fotografía en las instituciones psiquiátricas.

En nuestro entorno, y en aquellos años pioneros, existieron también algunas experiencias relacionadas con la fotografía dignas de destacar. Un ejemplo fueron las llevadas a cabo por Tomàs Dolsa i Ricart (1816-1909) y Pau Llorach i Malet (1839-1890) en el Instituto Frenopático de Las Corts, desde donde el primero de ellos viajó a Francia para conocer de primera mano la aplicación de la fotografía en el campo psiquiátrico. En un folleto publicitario de la institución editado en 1865, se incluye un pequeño capítulo refiriéndose a la fotografía “como medio diagnóstico en el conocimiento locura” (Dolsa, 1874), donde se anuncia la reciente compra de una cámara que aseguran pronto empezaría a funcionar prometiendo así “una nueva vía de contento y de provecho para la ciencia y la humanidad”. Objetivos que poco más tarde dan por cumplidos “con felicísimos resultados… contando ya con un álbum completo de ejemplares de las diferentes especies nosológico-mentales conocidas” (Dolsa, 1874).

También en el manicomio de Sant Boi se utilizó la fotografía como terapia. Así, en 1892, el doctor Artur Galcerán i Granés (1850-1910) publicó “El moderno Manicomio de San Baudilio de Llobregat”, donde se apunta: “La ganadería y la labranza ocupan un gran número de asilados, mayormente durante la recolección de los granos, frutas y flores… Hay talleres de cromolitografía y fotografía, mereciendo elogio los especiales trabajos de esta sección… Los talleres que en la actualidad funcionan son: la panadería, la herrería, la carpintería, la ebanistería, la sastrería y la zapatería y recientemente el de fotografía que es de utilidad suma, a título de auxiliar del estudio de las manifestaciones expresivas de las vesanias” (Galcerán i Granés, 1892).

Fotografía y auto-imagen Saltando en el tiempo hasta mediados del siglo XX, hubo quien se interesó por la utilidad que la fotografía podía ofrecer en el estudio y abordaje de pacientes con grave sintomatología psicótica. Cornelison y Absenian (Cornelison, 1980) utilizaron para ello una cámara Polaroid de revelado inmediato, que les permitía mostrar seguidamente la imagen captada y observar las reacciones de las personas fotografiadas para luego agruparlas en cuatro grandes apartados: 1) Auto-reconocimiento; 2) Reacción ante las imágenes; 3) Sentimientos expresados frente a los retratos; y 4) Diferencias observables por sexo. Tras las diez sesiones programadas para la experiencia, pusieron en relación todo lo observado a lo largo de las mismas con los posibles cambios en el estado clínico y en los test psicológicos utilizados pre y post intervención. La favorable evolución percibida en algunos pacientes, sin descartar otras posibles variables que influyeran en esos resultados, les indujo a desarrollar algunas hipótesis desde un punto de vista psicoanalítico acerca del positivo papel que la experiencia tuvo en los pacientes. Una experiencia que, quizás debido a la novedad de la técnica utilizada para aquellos años, despertó también gran interés por parte de la prensa no especializada (Blakeslee, 1961).

Pocos años después, con el nombre de “Photodrame” (Castro,1973-1974), se desarrolló en Francia una estrategia en cierto modo similar en el ámbito adolescente, para poco después adaptarse su utilización a un entorno psiquiátrico. En un proyecto de varias semanas de duración, tras una larga preparación psicológica del paciente (“discusiones previas”), el terapeuta toma más de 120 instantáneas del paciente en cualquier postura o actitud que él mismo sugiriera (“fotodrama” propiamente) para, tras el procesado (“revelado e impresión”), ser discutidas en común (“lectura de las fotos”), con un especial interés en la auto imagen corporal así reconocida (Kimelman, 1983).

Este tipo de fotografías, basadas en el retrato del propio paciente, es el fundamento de una primera fase en su aplicación práctica en el campo terapéutico, para poco más tarde trasferir el protagonismo activo a la hora de apretar el disparador de la cámara a los propios pacientes, tal y como veremos más adelante. Una evolución que también se ve reflejada en cómo en un primer momento las técnicas terapéuticas que utilizan la fotografía se apoyan y priman el análisis de las instantáneas personales y álbumes familiares, para más tarde pasar ese protagonismo al propio acto creativo como medio de construcción de narrativas personales.

La fotografía en el psicodiagnóstico Aunque solo lo citaremos aquí de pasada, la fotografía ha sido también utilizada como medio diagnóstico. Con fines proyectivos es el caso de algunas láminas fotográficas del TAT que incluyen una diversidad de imágenes, originalmente seleccionadas aparentemente al azar, tomadas de diversas fuentes artísticas e incluso publicitarias (Morgan, 1999). Esta capacidad de las imágenes fotográficas para facilitar la asociación entre imágenes y contenidos mentales personales se ha utilizado también en la orientación vocacional en adolescentes y jóvenes (Belisle,1991). Sin intención proyectiva, sino simplemente como herramienta para valorar la capacidad de reconocer y nombrar objetos cotidianos se han utilizado igualmente en la elaboración de algún test de deterioro cognitivo (Carnero-Pardo, 2004). También tendrían un ánimo diagnóstico, si bien sustentándose en una controvertida justificación teórica, las pequeñas fichas de retratos utilizadas en el test de Szondi (Szondi,1970). Imágenes faciales que por otra parte han sido ampliamente utilizadas en diferentes estudios con neuroimagen (Zeki, 2008), o en otros interesados en el reconocimiento de emociones por parte de personas con una enfermedad mental (Rodríguez Sosa, 2011). De igual forma que otro tipo de fotografías de diversas temáticas han servido para estudiar las emociones y representación social en diferentes grupos diagnósticos (Galdos, 2011).

Primeras experiencias en abordajes explícitamente terapéuticos. Volviendo a los objetivos terapéuticos, más allá de las pioneras experiencias al principio descritas, la fotografía como vehículo o coadyuvante del tratamiento se ha utilizado de diferentes maneras de una forma más o menos dirigida. Por ejemplo, en algunas psicoterapias de base psicodinámica o expresiva, las instantáneas fotográficas se pueden utilizar como herramienta intermediaria para despertar recuerdos más o menos olvidados junto a los sentimientos acompañantes, para a partir de todo ello profundizar en otras situaciones o vivencias pretéritas de los sujetos, reelaborarlas y reinterpretarlas psicológicamente, todo ello como parte integral del proceso psicoterapéutico (Walker, 1982). Este tipo de intervenciones pueden realizarse tanto en abordajes individuales como grupales. En los encuadres individuales, generalmente se solicita al paciente que acuda a la sesión acompañado del álbum familiar o una selección de fotografías del mismo. En formatos grupales, puede ser más conveniente tener preparada una colección de imágenes de diferentes temas, personajes y contenidos que serán las que se utilizarán como catalizadores de la discusión grupal.

Akeret, en 1973, publicó un libro titulado “Photoanalysis” (Akeret, 1973), donde proponía, a través de diferentes estrategias de observación de las instantáneas aportadas, la interpretación del significado psicológico oculto en las fotos personales, con toda una serie de potencialidades posibles (tabla 2). Por extensión de la misma técnica, similar búsqueda de significados más o menos ocultos podría aplicarse a las imágenes públicas, incluyendo en el libro diferentes ejemplos de ello, como fue la fotografía oficial de la familia Kennedy en 1934 que ocupó la portada de una de las ediciones del libro.

A la vez, durante esa segunda mitad de los años 70, fueron varios los psicoterapeutas, en diversos lugares de Norteamérica y sin apenas contacto entre sí, los que se mostraron interesados en incluir las fotografías en su trabajo clínico. Judy Weiser empezó a utilizar las fotografías en su trabajo psicoterapéutico con niños sordos, refiriéndose a esta práctica como “PhotoTherapy” (Weiser, 1975) consideró la técnica más allá de la mera interpretación de las fotografías del cliente, para proponerlas como vehículos expresivos con un objeco. Los esfuerzos conjuntos cristalizaron finalmente con la publicación del primer número del Photo Therapy Quarterly en 1978, que sirvió de aglutinante y vehículo expresivo de sus plantea – mientos y experiencias. La aparición de esta publicación perió – dica hace que, para principios de la década siguiente, la técnica gane un interés y visibilidad progresivamente mayor y las publicaciones se suceden abordando diferentes áreas de utilidad práctica.

Por otra parte, el material fotográfico objeto de análisis o sobre el que se basa el proceso terapéutico fue agrupado por Weiser (Weiser; 1999) en cinco técnicas principales.

Un ejemplo práctico realizado en encuadres individuales es propuesto más recientemente por Cabau y lo que él denomina “biografías fotográficas”. Para ello, solicita a sus pacientes: “Reúna todas las fotos que pueda y que hagan referencia a su vida. Una vez que las tenga, y en solitario, proceda a ir seleccionando aquellas que sean significativas por agradables o desagradables, y que crea que yo deba conocer. No hace falta que Ud. figure en todas. El número final, no debe superar a 15. Fíjese cuáles escoge y cuáles rechaza y por qué” (Cabau, 1993). Esas fotos, junto a una breve descripción de las mismas, constituye lo que denomina “Tira Fotográfica Exploratoria” o “Primera Serie Fotográfica”, con imágenes que clasifica como “encubridoras, fantasmas (no encontradas, pero si recordadas) o claves” y sobre las que fundamenta el análisis fotográfico posterior. Una técnica muy similar a la propuesta por Sanz en la denominada “fotobiografía”, igualmente un intento de acercamiento al mayor autoconocimiento y desarrollo personal a partir de los álbumes y colecciones fotográficas personales y familiares, siempre desde un punto de vista básicamente subjetivo donde “lo que realmente nos interesa es ver cómo ha vivido el protagonista esa historia, qué cuenta, cómo lo cuenta, qué emociones le suscita, cómo reaccionó ante los hechos que le sucedieron o vivió, qué valores, creencias, comportamientos ha copiado, ha tomado como propios y quizás ha imitado identificándose con alguien (padre, madre), cuáles son sus mitos, guiones de vida, manera de relacionarse, de sentir, sus dificultades, su forma de seducir o ser reconocido, etc., y a partir de ahí qué procesos realiza para iniciar cambios” (Sanz. 2007).

Otra aplicación específica y diferenciada que también utiliza de las imágenes fotográficas personales y familiares, es su utilización como herramienta auxiliar en la denominada terapia de reminiscencia, técnica de estimulación cognitiva en procesos de deterioro cognitivo, dirigida no solo a activar la memoria autobiográfica, sino beneficiar el funcionamiento social y psicológico, las relaciones con los cuidadores, reducción de conductas problemáticas, el discurso verbal y la adaptación al día a día (Afonso, 2010).

Fotografía Terapéutica y Fototerapia Con el exponencial incremento de aficionados a la fotografía que ha supuesto el abaratamiento y accesibilidad del material fotográfico, no es de extrañar el creciente interés que secundariamente despierta la fotografía como instrumento potencialmente utilizable en diversos encuadres terapéuticos y asistenciales, lo que nos lleva a hacer alguna diferenciación más entre las diversas utilidades descritas en el ámbito psicoterapéutico.

Aunque no son términos clara o unánimemente definidos o asumidos de forma consensuada por todo el mundo, podemos acordar aquí, con ánimo básicamente descriptivo, referirnos conceptualmente con el término de “Fotografía Terapéutica” a aquellas actividades de carácter fotográfico que nacen de la iniciativa o interés personal (aunque pueden también encuadrarse en proyectos o grupos organizados) resultantes en algún tipo de desarrollo personal positivo, pero donde no se promueve un proceso terapéutico formal ni interviene un psicoterapeuta dirigiendo la experiencia. Ejemplos de ese tipo de encuadres son numerosos, donde la práctica fotográfica no es necesariamente cultivada ni reconocida explícitamente con un fin psicoterapéutico, pero sin duda utilizada por muchas personas como vehículo de expresión y desahogo de inquietudes personales, así como refugio creativo frente a diferentes carencias o amenazas.

La aparición de nuevas tecnologías y posibilidades de comunicación social, tales como la fotografía digital y las redes sociales en Internet, han supuesto un incremento en la popularidad de estas prácticas inimaginable solo hace un par de décadas. Pueden ahora compartirse con gran facilidad e inmediatez no solo los trabajos realizados, sino acompañarlos de una explicación escrita de las motivaciones y logros personales conseguidos con los mismos, añadiendo así nuevas potencialidades a estas prácticas que difícilmente pudieron aventurarse cuando empezaron las primeras experiencias con la fotototerapia. Un interesante ejemplo de lo anterior es el grupo virtual “Broken Light” (www.brokenlightcollective.com), lugar de encuentro abierto, donde un muy diverso colectivo internacional confluye buscando alivio y aliento para enfrentar los más variados padecimientos de tipo psiquiátrico a través del intercambio de imágenes y sus sentimientos asociados.

Otros ejemplos, menos específicamente dirigidos a objetivos estrictamente terapéuticos (en el sentido de aliviar o sobrellevar algún tipo de padecimiento concreto, aunque sí buscando la mejora del bienestar personal, la reducción de la exclusión social o el cambio a nivel de la propia comunidad), vienen de la mano de movimientos que podemos encuadrar como “Fotografía de Acción Social” o “Fotografía Participativa”. Abordaje que con cierta frecuencia se utiliza con grupos marginalizados o excluidos, ayudándoles así a conceptualizar sus condiciones y necesidades, además de servir como vehículo para la divulgación y mayor visibilización social de su existencia y circunstancias. Sería el caso de “Photovoice”, que en el mundo hispanohablante cristalizó en el movimiento “FotoVoz”, creado para a través de técnicas básicamente participativas, como la ensayada en el proyecto “convivir con la esquizofrenia” de la Asociación Madrileña de Amigos y Familiares de personas con esquizofrenia (AMAFE), buscar nuevas formas de comunicación social, fundamentándose en la reflexión y representación grupal, y con el fin último de favorecer el desarrollo y cambio social.

En este sentido, de cara a facilitar la discusión y profundizar en el análisis de las imágenes fotográficas, y desde un punto de vista no necesariamente terapéutico, se han propuesto variados abordajes.

Por otra parte, se situaría la “Fototerapia” (terapia a través de la fotografía), enfocada específicamente al tratamiento de un determinado trastorno o padecimiento de tipo psicológico, dirigida por un psicoterapeuta formado y experimentado. Terapeuta que será quien por una parte conducirá el proceso terapéutico, y por otra podrá salir al paso de ciertas emociones o recuerdos que pudieran despertarse de la contemplación de ciertas instantáneas cargadas emocionalmente, de forma consciente o inconsciente, para el interesado y que de otra forma podrían desbordarle o quedar sin la necesaria elaboración. De igual forma que, el terapeuta, no percibiendo lo mismo que su cliente, podrá dar otras valoraciones e interpretaciones de una misma imagen.

En resumen, las principales diferencias entre los dos tipos de abordajes radican en que la Fotografía Terapéutica (donde lo que se enfatiza es la creación fotográfica) puede ser el resultado de iniciativas personales de autoexploración y expresión, con innegable potencialidad terapéutica pero que sin embargo esta no aparece como primer objetivo. Por otra parte, la Fototerapia sería el resultado de una práctica integrada explí- citamente en un proceso de psicoterapia, dirigida por un profesional adecuadamente formado y donde las fotos y las interacciones con ellas se utilizan durante el proceso con el fin expreso de ayudar al paciente. Podríamos entender ambos abordajes como no excluyentes sino relacionados entre sí, situándose cada uno de ellos en uno de los extremos de un continuum.

Aplicabilidad de las actividades fotográficas en Salud Mental Una forma particular de utilización de la fotografía en entornos asistenciales, con mayor o menor ambición psicoterapéutica en el sentido estricto que antes aludíamos, generalmente muy vinculados a conceptos como “recuperación” y “empoderamiento” de las personas con una enfermedad mental, viene de la mano de sus grandes posibilidades como actividad ocupacional y catalizadoras para la construcción de narrativas personales, sobre todo en encuadres como pudieran ser hospitales o centros de día.

La progresiva penetración y presencia de las actividades fotográficas (y otras relacionadas con la imagen) en los más diversos entornos asistenciales, es evidente que tiene mucho que ver con la creciente accesibilidad de las técnicas de captación y reproducción de imágenes, además de su espectacular abaratamiento con la aparición de la tecnología digital. En un primer momento, en el siglo XIX, sólo un muy reducido número de personas institucionalizadas podemos entender se beneficiaron ocupacionalmente de las técnicas fotográficas en sí mismas. Reservados exclusivamente para los pacientes pensionistas de mayor poder adquisitivo, desde los postulados del tratamiento moral se encuadrarían dentro de un amplio abanico de actividades de tipo cultural (lectura, poesía, teatro, música…) que buscaban entretener a la vez que formar. Esto a diferencia de los pacientes de beneficencia, para quienes se reservaban diferentes ocupaciones manuales, generalmente dirigidas al sostenimiento de la institución. En aquellos lugares donde existía un laboratorio fotográfico el objetivo a cumplir sería la obtención misma de la imagen a través del complejo proceso del revelado, es decir el aprendizaje y destreza en la técnica fotográfica en todos sus pasos. Ni que decir tiene que tanto las cámaras entonces disponibles, junto a los negativos, papel para el positivado y los diferentes reactivos utilizados, no estaban al alcance de cualquiera, además de requerir de una pericia instrumental nada desdeñable.

La llegada de las máquinas que llamamos de bolsillo o portátiles, que popularizaron el término “instantánea”, desde las primeras Kodak de 1888 y sobre todo la Kodak Brownie de 1900, a las más recientes máquinas analógicas de usar y tirar, hizo que la fotografía se democratizase siendo muchas las personas que progresivamente se entusiasmaron con la afición. Sin embargo, el coste del revelado seguía siendo elevado, lo que obligaba a racionar mucho los negativos disponibles, no siendo tampoco un gasto fácilmente asumible por las instituciones asistenciales. El paso realmente de gigante ha venido de la mano que las cámaras digitales, tanto por la automatización de sus componentes y facilidad de uso, como por el nulo coste asociado posteriormente si nos limitamos a repasar las fotografías en una pantalla, algo fácilmente realizable en un entorno grupal que además favorece de forma añadida la interacción entre los participantes. Y por fin, el empujón definitivo ha resultado de la aparición de los teléfonos inteligentes, que hacen que un gran número de personas llevé una pequeña cámara en su bolsillo, acostumbrándose y perdiendo el pudor para la toma de instantáneas.

Sin pretender establecer una escala comparativa de valor con otras técnicas de expresión plástica, tales como el dibujo, la pintura o el modelado, ni por extensión con las terapias creativas de ellas derivadas, la fotografía ofrece unos resultados estéticos y técnicos bastante aceptables para la mayoría de sus practicantes, no dependiendo la producción final de las habilidades artísticas ni manuales desde el punto de vista técnico, sino meramente conceptual, incluidas algunas obras esté- ticamente reseñables logradas de forma imprevista. Todo ello jugando a favor de una mayor sensación de control, capacitación y empoderamiento personal, así como con resultados potencialmente más fáciles de mostrar públicamente.

A diferencia de la fotografía, las técnicas plásticas pueden resultar más intimidantes en la medida que los resultados obtenidos, comparativamente con lo que las personas entendemos como producción mínimamente aceptable, distan mucho de alcanzarse, asemejándose más a la producción realizada en una escuela que a la creación adulta que estamos más acostumbrados a ver y valorar. Es evidente que tanto el dibujo, la pintura, o el modelado tienen otras potencialidades diferenciales frente a la fotografía, como podría ser una mayor posibilidad de implicación creativa o de carga emocional y subjetiva añadida, a la vez que requieren globalmente de una mayor dosis y carga de concentración y aplicación en la ejecución. Careciendo de la inmediatez de las actuales fotografías, también pueden ser técnicas de gran utilidad práctica en otras ocasiones, permitiendo trabajar desde otra perspectiva temporal en el aplazamiento de la satisfacción por el objetivo cumplido. Como contrapartida a esa inmediatez ocasionalmente irreflexiva de la fotografía, también hay que tener en cuenta que las fotos permiten posteriormente la reflexión acerca de aquello que puede haberse capturado precipitadamente, así como percibirse matices contextuales que es posible no se hubieran tenido en cuenta en el momento de apretar el disparador.

Saliendo también al paso de algunas de las limitaciones que aludíamos como derivadas de la necesaria pericia instrumental en las terapias manuales, hay otra forma particular de trabajar con fotografías, que es la que se basa en la elaboración de collages como resultado de la selección, recorte y montaje de imágenes publicadas en revistas, folletos publicitarios o cualquier otro formato impreso fácilmente accesible. Resulta esta una actividad con menor exigencia en su planificación, realización y presentación que la propia fotografía, pero que sin embargo ofrece toda otra serie de posibilidades al permitir la mezcla de imágenes con diferentes contenidos conceptuales, incluso surrealistas, así como permite emplear ilustraciones que difícilmente estarían al alcance de un aficionado medio. Todo ello con grandes posibilidades expresivas y estéticas, también sin las limitaciones técnicas o intimidación que otras artes plásticas decíamos pueden presentar para algunas personas.

La experimentación fotográfica, sea cual fuere la forma elegida, tomada en su conjunto e integrándola en un proyecto más amplio junto a otras actividades relacionadas con el entorno, puede complementarse además con toda otra serie de proyectos que completen y den un mayor sentido a las instantáneas realizadas que, también a diferencia de otras actividades (Viñuales, 2005) son ideales para realizarse en entornos exteriores al centro de tratamiento, permitiendo así salidas y visitas a diferentes lugares, u otros trabajos “para casa”. Previamente se pueden preparar otras actividades de planificación y documentación previa, para posteriormente realizar un visionado y discusión colectiva de las imágenes seleccionadas e incluso una exposición pública u otros proyectos derivados.

Un buen ejemplo de ello es la experiencia de arte, creatividad y terapia en salud mental iniciada a principios de esta década en Gandía (Girau Pellicer, 2010) y que incluyó en sus inicios una serie de pequeños cursos de fotografía (incluido un formato tentativo a través de Internet: (http://saludmentalcv.webs.upv.es/ curso_fotografia.php), dirigidos no solo a un mejor conocimiento y manejo de la técnica, sino a la superación de diferentes déficits derivados de la propia enfermedad.

La experiencia actuó como catalizador para que algunos de sus participantes crearan entre ellos la asociación “Col. lectiu Obertament”, compuesta únicamente por personas con una enfermedad mental grave y que utilizan la creatividad como forma de expresión, comunicación y acción social. El trabajo del colectivo es presentado regularmente en forma de exposiciones públicas y diversos proyectos editoriales como un libro con sus fotografías acompañadas de concisos textos reflejando los sentimientos evocados por las imágenes (Col.lectiu Obetament, 2005), o las agendas anuales, puestas a la venta como resultado final de diversos trabajos fotográficos y documentales desarrollados a lo largo del año previo.

Los concursos de fotos, cada vez más frecuentes en nuestro entorno y generalmente promovidos por diferentes asociaciones, son ejemplos también de otras actividades posibles y que al ser convocados públicamente permiten la participación de forma individual y aislada, tanto a personas con una enfermedad mental como a cualquier otra interesada, contribuyendo de esta manera no solo a fomentar la expresión de capacidades artísticas y expresivas, sino a la visibilidad social de la propia enfermedad desde una perspectiva positiva y desestigmatizadora.

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