“Recomiendo a la administración que proteja a los menores, y eso no es discriminar a nadie. Protegerles es darles tiempo a reflexionar antes de la decisión irreversible”.
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Caroline Eliacheff, psiquiatra infantil y autora de ‘La fábrica de los niños transgénero’, comparte en su entrevista para La Vanguardia su parecer sobre la multiplicación del número de casos de menores que efectúan un cambio de sexo, poniendo en cuestión la capacidad de éstos para “iniciar un proceso irreversible de hormonación y amputación”.
La doctora atribuye el incremento de casos a su promoción interesada por parte de algunos médicos y activistas que “recetan apresuradamente hormonas a adolescentes influidos por las redes que un día dicen sentirse de otro sexo”. “Tengo edad de no sentirme sola al proteger a los menores y darles tiempo para decidir si quieren someter su cuerpo a hormonas y cirugía”, sostiene.
Un 70% de los que dicen querer cambiar su sexo “han sufrido trastornos previos como autismo, depresión, agresiones sexuales o han crecido en una familia disfuncional”. Eliacheff aclara que el objeto de su análisis no es el adulto, sino el menor, constatando que “en este campo necesitan protección y tutela”. Países como Reino Unido o Noruega han prohibido la cirugía de amputación entre los 16 y 18 años, a diferencia de países como Francia o España, que continúan llevándola a cabo en este rango de edad.
La autora postula que “antes de adoptar la actitud transafirmativa” de que uno es quien cree ser, “lo ético sería que el profesional realizara un estudio concienzudo de antecedentes, historia familiar y luego diera tiempo para reflexionar a todos”.
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Afirma que los sentimientos de los menores “son del todo respetables, pero también mudables según días y momentos”, mientras que “los tratamientos y la cirugía trans son irreversibles” y se prescriben “con interesada ligereza”. Señala la incoherencia de otorgar credibilidad a los pareceres del menor tan selectivamente: “Me parece incongruente que a los menores de 16 años los protejamos prohibiéndoles mantener relaciones sexuales, alcohol o conducir…y, en cambio, les permitamos modificar su cuerpo de forma radical e irreversible sin estudio previo”; “una anoréxica que pide al médico una liposucción no la obtiene, porque si es ético la deriva a salud mental. En cambio, hoy hay menores que dicen que no les gusta su cuerpo y enseguida les recetan hormonas”.
Además de poner en cuestión la capacidad de discernimiento de los adolescentes, Eliacheff refiere que los padres “suelen quedarse atónitos al descubrir el problema”, volviéndose “militantes protrans” o intentando que sus hijos “no hagan nada irreversible”, por lo que “a menudo son considerados por los menores, apoyados por algunos médicos y activistas, maltratadores en vez de protectores”. Frente a esto, la psiquiatra aconseja a los padres “que se mantengan unidos a sus hijos y reflexionen juntos sobre lo que es definitivo”; bloquear con medicamentos la pubertad, afirma, “es definitivo; no es el botón pause de la tele”.
Recomienda “permanecer en una posición ambivalente para facilitar al menor que también lo sea y no colocarlo en una autopista rápida en la que convertir en irreversible sin reflexión previa lo que decidieron en un momento”.
En todo caso, las afirmaciones de Caroline Eliacheff ponen de relieve los presuntos intereses e incongruencias que subyacen al fenómeno de la transexualidad, señalando los potenciales daños que una práctica quirúrgica y hormonal precipitada puede plantear a los menores. A la luz de la cautela que caracteriza nuestro comportamiento con los menores en otras esferas, cabría reflexionar sobre un tema peliagudo, importante y controvertido como este.
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