El consumo de tranquilizantes se había duplicado a finales de 2012, sobre todo en hombres en edad laboral

Las empresas españolas no cuentan con planes para detectar precozmente la depresión

 

Si de algo se ha hablado en España en los últimos años hasta casi aburrir, es de la crisis. Sin embargo, poco o casi nada se ha dicho sobre el impacto que ésta ha tenido en la salud mental de los ciudadanos. Seguramente el motivo esté en el estigma que rodea a los problemas mentales, que poca gente reconoce sufrir y a los que pocos recursos destinan las empresas o las administraciones.

En España, el 15,7% de los hombres y el 22,9% de las mujeres presentaron alguna vez en la vida un trastorno mental, según los datos del Estudio Europeo de la Epidemiología de los Trastornos Mentales. La depresión es el trastorno más frecuente, con una prevalencia del 10,5%. Además, más del 75% de las personas con depresión está en edad de trabajar y pasa por esta enfermedad ocultándola o sin recibir tratamiento. Pero, ¿cómo ha impactado la crisis en la salud mental?

Para dar respuesta a esa pregunta, Shirley Beatriz Pérez Romero, especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública, ha realizado una investigación, que ha formado parte de su tesis doctoral en la Universidad de Murcia, en la que se analizó los datos de la Encuesta Nacional de Salud de 2006-2007 y se compararon con los de 2011- 2012 para el grupo de personas entre 18 y 64 años.

En este trabajo, presentado en las jornadas de la Asociación de Economía de la Salud (AES) que se están celebrando estos días en Murcia, «hemos visto que la recesión económica está relacionada con un mayor consumo de ansiolíticos

[de más del doble en hombres y de 1,7 veces superior en mujeres]. Las personas con menos apoyo social, las menos cualificadas o las que sufren alguna discapacidad son las que manifestaron una ingesta mayor de estos fármacos. El empleo o tener entre 18 y 44 años son factores protectores frente a la necesidad de tomar estos fármacos en comparación con el desempleo o tener entre 45 y 64 años«, explica Pérez Romero.

Parece que el impacto de la crisis en las enfermedades mentales es mayor en los varones, algo que también se ha visto en otros países del entorno. «Una posible justificación a este hecho es que en España, Grecia y en los países del Mediterráneo en general, los hombres aún tienen una mayor participación en el mercado laboral que las mujeres. Cabe destacar que el desempleo puede no sólo acarrear una pérdida importante de ingresos, sino también influir en la salud mental a través de mecanismos como el estrés crónico, la reducción de la cohesión social, la pérdida de la autoestima y el aumento en la práctica de hábitos poco saludables como fumar, beber o tener una vida sedentaria», señalan los autores de este estudio.

Pero no es el único estudio que muestra cómo la salud de los españoles ha mermado en los años de crisis. Otro trabajo, realizado por Cristina Colls, investigadora de la Agencia de Calidad y Evaluación Sanitaria de Cataluña, ha analizado cómo ha evolucionado la tasa de suicidio en esta comunidad. «Hemos visto que la mortalidad por suicidio es la mortalidad evitable que ha crecido más en el periodo de crisis (entre 2000 y 2013), un 36%. El incremento se ha centrado en hombres con una edad comprendida entre los 40 y 60 años. Aunque no podemos garantizar que ese aumento se deba a la crisis económica, el análisis sí hace sospechar que sea así porque la mayor incidencia se da entre las personas en edad laboral, ocurriendo el pico mayor de suicidio en la franja que va de los 50 a los 60 años, con un crecimiento del 40%», explica Colls, según los datos recogidos en este trabajo que también ha sido presentado en las jornadas de AES.

Esta investigadora señala que los datos corresponden al análisis poblacional realizado en Cataluña que, como el resto de España, tiene una de las mortalidades por suicidio más bajas de la Unión Europa. «Sin embargo, a diferencia de las otras mortalidades evitables, como pueden ser las generadas por las enfermedades cardiovasculares o el cáncer, que están estables, la del suicidio es la única que ha aumentado de forma consistente en este tiempo».

Faltan estrategias empresariales

Porque, como explicaba Jerónimo Saiz, jefe de Psiquiatría del Hospital Ramón y Cajal de Madrid y coordinador de la jornada internacional ‘Prevención y abordaje de la depresión en el ámbito laboral’, celebrada esta semana en Madrid, «no hay que olvidar que la depresión es la gran puerta de entrada a la conducta suicida«. El suicidio supone la muerte de más de 10 personas al día en España por lo que considera que el Gobierno debería establecer un plan nacional de prevención del suicidio.

Para éste y otros expertos presentes en esta jornada, es crucial que tanto administraciones como empresas se impliquen en estrategias de prevención precoz «porque si la depresión se tarda tiempo en diagnosticar, la evolución es peor y aumenta el daño».

A pesar del coste económico que provocan tanto el suicidio como las enfermedades mentales en España, que es mayor que las que provocan las patologías oncológicas y las cardiovasculares, los expertos denuncian que el presupuesto para investigar estos problemas no recibe suficiente ayuda, «incluso la industria farmacéutica está abandonando este ámbito porque no le resultad rentable y por la dificultad de desarrollar nuevos productos», señala Saiz.

Según un estudio reciente, los trastornos del estado de ánimo (depresión y ansiedad) suponen un coste anual de 10.763 millones de euros en España pero, a pesar de ello, todavía no hay estrategias de prevención o de abordamiento en ninguna empresa de nuestro país, algo que reclaman diferentes expertos en salud.

El estudio más reciente que ha analizado los costes vinculados a los trastornos del cerebro en España, dirigido por Jordi Alonso y Oleguer Parés-Badell y publicado en Plos One, muestra que la depresión y la ansiedad ocupan el segundo puesto, por detrás de la demencia, en costes sociales (directos e indirectos) que van desde las bajas laborales a la pérdida del bienestar personal y familiar. «En el ámbito de la OCDE sí que hay una sensibilidad muy amplia que se evidencia con el esfuerzo que se ha hecho en los últimos cuatro años en relación a la salud mental. Porque las enfermedades mentales representan un 3,5% del PIB en gastos directos e indirectos«, explicaba este martes en la sede de la Fundación Ramón Areces Pere Ibern, profesor de Economía de la Salud en la Universidad Pompeu Fabra, en una rueda de prensa previa a la jornada celebrada en la Fundación Ramón Areces.

Canadá, Dinamarca y Reino Unido son ejemplos del esfuerzo que se está realizando para establecer un vínculo entre el entorno empresarial y el paciente con depresión. El sistema de salud británico, a través del NICE, ha llevado a cabo una revisión de la literatura científica para conocer cuáles eran las estrategias más eficaces en el ámbito laboral: «parece que establecer un retorno gradual al trabajo de la persona con depresión y una formación adecuada sobre la enfermedad a los mandos intermedios de una empresa son dos opciones eficientes», señalaba Ibern.

Sin embargo, en nuestro país no hay ninguna empresa que haya establecido un protocolo o estrategia para abordar estos problemas tan frecuentes y que generan discapacidad en la actividad laboral. «Lo que muestran estudios recientes es que uno de los síntomas importantes de la depresión son los problemas cognitivos, de memoria, atención, imposibilidad de mantener en el tiempo tareas, etc. Esto tiene una repercusión inmediata en el trabajo. Porque mucha gente no coge una baja laboral cuando sufre una depresión debido al estigma que conlleva esta enfermedad, es lo que denominamos presentismo, pero esto hace que no se aproveche su talento», concluye Miquel Roca, presidente de la Fundación Española de Psiquiatría y Salud Mental.

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