Dieciséis manos.

Las experiencias de abuso traen consecuencias traumáticas para quien las sufre, que en ocasiones pueden llegar a superarlas de distintas formas.

Hoy compartimos un escrito de una persona que pasó por ese calvario y proceso de recuperación.

Muchas gracias a ella por compartir esta experiencia y deseamos que le pueda ser de utilidad a otras muchas.


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Aquiles, hijo de Tetis, hija de Nereo el Dios del Mar, y del mortal Peleo, rey de Fitia en Tesalea, fue conocido por su belleza y fortaleza, aunque una parte de él lo hacía ser vulnerable al dolor y a la muerte. Cuando nació, su madre intentó convertirlo en un ser inmortal sumergiéndolo en el río Estigia sosteniéndolo por su tobillo derecho. De modo que, esta fue la única zona que mantuvo sus propiedades mortales y, por tanto, la única en la que podía ser herido en la batalla.

Mi debilidad siempre ha sido sentir y recordar demasiado. Siempre se ha considerado al corazón como el órgano responsable de las emociones, del amor, del desamor, de la bondad o la maldad. Por ello, cuando nos sentimos tristes decimos tener el corazón roto.  Soy una simple mortal del siglo XX pero tengo mi zona débil particular, el tendón de Todaro, que se encuentra en la aurícula derecha del corazón donde se produce el paso del impulso nervioso hacia los ventrículos, permitiendo que aquel lata con normalidad.

He librado numerosas batallas a lo largo de mi vida, pero en una de ellas me hirieron de gravedad justo en el tendón de Todaro, mi fragilidad.
Desde entonces tengo un peso en el pecho, mi mente está nublada y ya no siento como antes.

Y todo porque un día dieciséis manos se tomaron la licencia de tocar piel que no les correspondía… Ese día, el día en el que me rompí…

Está oscuro, no veo nada y eso lo hace aún más intenso pues el resto de mis sentidos se agudizan.

Solo siento caricias que para esas manos se convierten en gritos de júbilo y gemidos de placer y en cambio para mí en un nudo en la garganta, que aprieta tan fuerte que asfixia.

Un grito de auxilio intenta escapar por mi boca y es silenciado por unos labios que ahogan.

Huellas de pisadas en mi chaqueta con la capacidad de traspasar su tela y llegar hasta mi alma para quedarse a vivir en mi recuerdo para siempre.

Correr, huir hasta caer rendida de agotamiento.

El tacto de esas manos, dieciséis manos, sigue en mí. Migró, desde mi piel hasta mi corazón y se transmitió como golpes, golpes que aún duelen. Dolor referido incapaz de ser aliviado por ningún analgésico que conozca.

Y desde entonces, ayer y hoy y espero que no mañana, tengo miedo, miedo a nuevas manos, aunque vengan con amor, y terror, terror a no ser capaz de amar con las mías.

Hoy me reencontré con ellas, unas de tantas. Mi corazón se paró por un instante, para luego latir de nuevo, pero más fuerte, más rápido, como intentando escapar. Yo corría, pero mis pies caminaban despacio, yo lloraba, pero mis ojos secos miraban fijamente esas manos, que no se note, que no vean que las temo, no quisiera volver a darles esa alegría. Al menos esta vez no quisieron alcanzarme, pero fue como si por un segundo muriera otra vez, aunque mi cuerpo nunca me lo haya permitido por más que mi mente se empeñara.

Hoy aún no puedo, pero sé que mañana me miraré al espejo y me diré guapa, acariciaré mi cuerpo y sentiré dulzura, me abrazarán y no tendré miedo. Dejaré de estar rota, cerrará la cicatriz y aunque se pierda algún latido el siguiente tendrá más fuerza.

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Porque ese día no me define, no soy culpable, mi ropa no tuvo la culpa y mi sonrisa no tiene nada de malo. Soy capaz de amar y merezco ser amada. Puedo dejar de ser invisible y vivir, vivir de verdad.

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Laura

40 AÑOS DE POLÉMICAS EN PSICOTERAPIA